Por Laura Garza
No hay manera que una mujer permita que su jefe directo, o mejor dicho que el director general te abrace y te bese como si fueras “suya” y aparte de todo hacerlo ante los ojos de toda la compañía.
En cualquier situación esto podría catalogarse como acoso o bien que la cercanía entre ambos es consensuada y no solo existe una relación laboral sino personal.
Ahora, con esto no quiero decir, ni insinuar que el presidente Andrés Manuel y la virtual presidenta tengan una relación más allá de lo profesional, pero esa cercanía que rebasa cualquier línea de respeto hacia la otra persona, es una alerta para los mexicanos, para los inversionistas y para el mundo entero.
El encuentro que hoy tuvieron ambos personajes tras el pasado 2 de junio, debería de poner fin a cualquier tipo de “esperanza” maquillada sobre la distancia que podría tomar Claudia Sheinbaum frente al presidente, a su líder, su maestro y su jefe, porque mientras el primero no deje Palacio Nacional, todavía no pueden verse de tú a tú.
Las escenas son de terror por lo que representa el triunfo de un régimen que busca a como dé lugar aprobar Reformas que acabarían con la democracia, el Estado de derecho y un sinfín de libertades.
Con el encuentro de hoy, Andrés Manuel marcó un territorio y lo hizo primero. No le permitió ni un solo espacio, ni un segundo para que ella dictara la narrativa del encuentro.
Él siempre ha sabido qué, cómo y dónde. Él vuelve a dejar claro que quien manda en este trabajo “en conjunto” es él. Él vuelve a ser el que se apodera, el que toma como quiere, el que sobresale y al que nadie le opacará, ni siendo Sheinbaum, su candidata.
Y el otro punto que me gustaría resaltar que también lo describo como una escena de terror, es la imagen de una mujer que no puede celebrar ser la “Primera mujer Presidenta” cuando se presenta así, solemne y sumisa.
La mujer elegida para ser la próxima Presidenta de nuestro país debió de actuar como tal, no como una súbdita que regresa a casa. Es lamentable para los liderazgos femeninos esta imagen retratada para la historia política de nuestro país.
La posición es incómoda, Andrés Manuel la acorrala por completo, el beso es otro acto que sobrepasa el espacio personal e íntimo de Sheinbaum; entonces ¿por qué la sonrisa? ¿por qué el gusto?
Juan Gabriel diría que lo que se ve no se juzga, pero en este caso, es imposible no hacerlo.
La única diferencia de la Claudia de hace dos semanas a hoy, es que mantiene su sonrisa de oreja a oreja, que al día de hoy ya no me parece tan emocionante sino más bien maquiavélica.
Qué pena.