Por Laura Garza
Entre tanta emoción de encontrarme con tanta gente en el Zócalo de la Ciudad de México el pasado domingo, honestamente no le di tanta importancia al registro “oficial” de la candidata a la presidencia por la coalición Juntos Hacemos Historia.
Pero con el solo hecho de aventurarme a ver las imágenes, no encontré manera de no demostrar mi hastío y aburrimiento.
¿Cuántas veces hemos visto a la candidata hacer el mismos show? ¿Cuántas veces hemos leído el mismo discurso desde hace ya un año? ¿Desde cuánto vemos a los mismos no separarse, cerrar filas y actuar como si vivieran en un planeta lejano?
Demasiadas.
Las imágenes transmitieron un ambiente de funeral de inicio a fin. Dentro de las formalidades de la política, vestirse de negro es muy en contadas y especiales ocasiones. El político no aparece con un traje negro formal en un evento de fiesta; los colores comunican, los colores importan.
La candidata decidió usar un conjunto tan opaco y deslavado que pareciera que salió del clóset de alguna abuelita. Ni el color, ni las flores, ni el diseño de este le realzó su figura, la empoderó físicamente ni mucho menos transmitió la emoción que puede causarle dirigir una nación y una como la nuestra.
Su imagen, su lenguaje no verbal, su tono de voz, su actitud fue de quien pareciera que ya le resulta cansado repetir y repetir.
A su alrededor el color negro, la opacidad, el luto, la sobriedad, la ausencia de luz.
El código de vestimenta importa, comunica y une. No pueden permitirse aparecer ante las cámaras con personajes que usan un color, otro, tacones altos, bajos o flats. La informalidad en un evento como eso, desaíra cualquier intención poderosa de atraer las miradas y la atención.
La candidata que lleva casi un año haciendo campaña de manera ilegal, y aburrió hasta a sus invitados. En la siguiente foto se puede ver el nulo ánimo, interés y emotividad.
Quienes ocupan la butaca es porque fueron señalados y elegidos por otra persona, no por ella. En ese momento solo se convirtieron en una especie de “acarreados” a la causa, pero no a la persona.
Como lo escribí la semana pasada, ante la falta de identidad en una mujer como la candidata de Morena, no hay mucho qué hacer. No es ella quien presenta su propia respuesta, su ideología, su creencia, su motivación.
Ella es un instrumento, una especie de títere bien entrenado que no provoca ni la más mínima sonrisa en su propio equipo, imagínese a quienes no formamos parte de la mentira.
Ni su ropa, ni su peinado, ni su discurso, ni su voz, ni su sonrisa, ni la gente a su lado despiertan la más mínima provocación, sino usted vea y juzgue.