Por Laura Garza
La muerte del Magistrado Jesús Ociel Baena ha causado conmoción en distintos ámbitos sociales, políticos y por supuesto en la comunidad LGBT+.
No solo generó que cientos de miembros de la comunidad y público en general salieran a marchar la noche del lunes 13 en la Ciudad de México y en distintas ciudades como Aguascalientes o Zacatecas.
Su muerte repentina o su posible asesinato también nos ha llevado a leer comentarios tan ofensivos e hirientes para quien era un abogado o abogade que se dio a conocer por su incansable lucha para abrir espacios a personas de la comunidad LGBT+.
Tras el fatal acontecimiento, me queda claro que vemos y no vemos, que estamos acostumbrados a actuar por impulso, ver como se dice “por encimita” y lo que solo nos permitimos ver. A qué me refiero con esto, a que nadie nos ha educado a ver a detalle antes de emitir cualquier opinión.
Es un poco el ejercicio que a diario les hago a mis alumnos al mostrarles una imagen ¿qué ven? Y siempre lo primero que se ve es lo más superficial, lo más simple, lo fácil a juzgar, lo que incluso ni siquiera están viendo, sino emitiendo una opinión personal.
Eso mismo pasaba con el magistrado, había quien solo se limitaba al escuchar “magistrade”, sus tacones, sus labios pintados, su abanico arcoíris o simplemente que era un hombre vestido de mujer.
Lo más fácil de ver es lo que registramos con cierto juicio de valor y las múltiples etiquetas con las que nos encanta clasificar todo y a todos.
Olvidamos que nuestra opinión no quita el peso de las acciones de los demás, sean hombres o mujeres o el género que finalmente decidan ser. Se nos pierde de vista que los seres humanos somos más de lo que vestimos, portamos o incluso los roles que interpretamos en la sociedad.
Vemos la camisa blanca de hombre y una falda divina color negro. Vemos el saco rojo con un corte masculino, un moño que pudiera usarlo cualquiera y los labios rojos.
Vemos el cuerpo de un hombre que porta tacones de mujer. Vemos las etiquetas, las clasificaciones sociales, lo que hemos aprendido y lo que ni siquiera sabemos.
Creemos que por ver la falda en un hombre, nos da derecho de ver su vida con morbo y pensar que su muerte tuvo que ver con un acto pasional.
No sabemos ver se llamaba Jesús Ociel Baena, que su carrera en el ámbito electoral para la comunidad LGTB+ fue trascendental, porque hoy en día pueden acceder a pasaportes y credenciales para personas no binarias.
Se nos escapa su valor de ser como quiso ser, de su labor al defender las leyes de nuestro país y de luchar para ocupar el cargo de magistrade electoral en el Tribunal del Estado de Aguascalientes como una persona no binaria, siendo el primero en México y América Latina.
A lo que podemos o no estar de acuerdo, pero que si aprendemos a ver, se la jugó por representar a una minoría y ganó.
Como bien lo dijo, “ejercer el cargo lleva implícito ejercer el libre desarrollo de mi personalidad y sobre todo, mi libre expresión de género” en uno de sus videos en sus redes sociales.
Finalmente ¿Qué veo? A una persona que no se identificaba ni con un género ni otro, pero que no se quedó en dichos, sino que usó su profesión y sus talento para diferenciarse de los demás y cumplir acciones en pro de minorías, como la “cuota arcoíris”, la cual abría la posibilidad de contratar a personas de la comunidad, a adultos mayores o personas con discapacidad en el INE.
Hoy en día ver no solo es lo que re interpretamos a la distancia, es acceder a la información y entonces aprender a ver si se vale o no elegir la etiqueta que pensábamos poner.
La cantidad de gente que se reunió alrededor de la Estela de Luz el lunes en la Ciudad de México, dejó claro que Ociel sí era visto por muchos o muches, no por cómo se vestía o hablaba, sino por lo que SÍ hacía en materia de derecho.