Por Laura Garza
Desde una cultura tan opuesta y tan lejanos de Israel y Gaza, el repudio a la violencia es el mismo.
El rencor, la rabia y el sufrimiento ante una masacre como la del grupo terrorista Hamás el sábado 4 de octubre en Israel fue desquiciante para todo el mundo.
El bestialismo de quienes masacraron a mujeres, hombres, niños, bebés y familias enteras, secuestraron y arrastraron cuerpos para mostrarlos como un trofeo, sin duda son animales endemoniados sin ningún tipo de humanidad.
Ese sábado nos conmocionamos, las imágenes que comenzaron a circular, los jóvenes secuestrados mientras disfrutaban de un festival de música por La Paz, vaya ironía, los cuerpos en las calles, en el kibutz y la maldad de los pocos rostros que pudimos ver en pantalla.
Más de mil muertos en menos de 24 horas. La crueldad hecha realidad.
La respuesta militar de Israel a Gaza, con el fin de encontrar y aniquilar a cualquier miembro del grupo terrorista causante de una de las peores masacres en la historia de Israel, comenzó sin tapujos.
De ese día hasta hoy, los bombardeos a la Franja han sido descabellados y desmedidos, no es que tengan puntos clave en donde se encuentran escondidos los terroristas, es que si están por los túneles debajo de la tierra y encima hay cientos de civiles, nada importa más que aniquilar cualquier posibilidad de que salgan vivos.
Miles de niños han muerto, son casi 5;000 y sus pequeños cuerpos destrozados, heridos, cubiertos de escombro, de sangre, o envueltos en sabanas blancas los hemos visto.
La ruptura de los padres que los han reconocido en medio de los restos de la explosión o ya sin vida.
Las madres y su eterno dolor, su muerte en vida.
Las que gritan y callan, que repiten oraciones donde bendicen y maldicen, que ruegan que les dejen cargar a los ya fallecidos hijos, que alguien les ayude a ponerlos en sus brazos y que nadie las moleste.
En medio de campamentos hechos para colocar los cuerpos que no dejan de llegar, en una esquina está una madre clamando por la vida de su hijo.
En otro hay una Mandri que besa el cuerpo entero de su hija o hijo mientras hombres se lo llevan.
Esta foto sin duda encabezará los World Press Photo o el Pulitzer por ser una escena que marcará la historia entre Israel y Gaza, de una guerra desigual, de lo que representó desaparecer una ciudad entera sin siquiera poder terminar por completo a un grupo como Hamás.
Una imagen capturada por Mohammed Salem para Reuters, en el hospital Khan Younis en Palestina.
El simbolismo de la madre y su hijo, la unión perfecta de dos cuerpos que fueron uno.
La madre que abraza a su hijo para que nunca se separe de ella, el niño tendido en su regazo como si todavía viviera y pudiera sentirla.
La fuerza de la mujer y del amor carnal entre los dos. No entender qué hay que dejarlo ir porque es tuyo, tan tuyo que nació de ti, que gritaba tu nombre ante el más mínimo temor y ante la inmensa alegría de su inocencia.
El cuerpo de su hijo que ha dejado de poder mirarlo porque ya está cubierto, envuelto en una sábana blanca rota y deshilada. ¿Quién permitiría eso? Por qué tendría que dejar a su hijo junto a otros calaverees que desconoce, que se hacen objeto y dejan de ser “alguien”.
Cúantas madres vivirán muertas por dentro, en soledad, en odio, en venganza, en el dolor eterno de haber visto morir a sus hijos pequeños por estruendos de pólvora. Ellos no son Hamás, ellos no lo son.
La imagen es el retrato del dolor más hiriente, el rechazo de dejar ir a quien vivió y se formó en tu vientre. A tu vida que ya se fue.
El dolor no tiene bandos.