Por Laura Garza
Elegir a un partido político en una boleta el día de las elecciones, elegir un color un poco antes de los 18 años porque la presión es alta, la definición de una manera de pensar, la elección de una etiqueta u otra no parte del todo de qué tanto sabemos, sino lo que nos hace sentir.
Las emociones de ajenos y conocidos que se transmiten en los estados de ánimo que terminan por contagiarnos.
Las emociones como premisa para cualquier especialista en comunicación política, para quienes dirigen y planean campañas.
Las emociones como el objetivo principal.
Nuestras decisiones y las de muchos son por emoción y no por información, como muchos quisiéramos que fuera. Pocas son las personas que tienen acceso a leer información de fuentes confiables y con capacidad de discernir lo que esta bien y lo que esta mal.
El embrollo político social en el que nos encontramos, donde las maneras populistas se han perneado a través de “programas” sociales que no son más que programas controladores emocionales.
La gente se puede quejar, pero recibe dinero y entonces todo se calma hasta la próxima quincena o finales de mes.
El desprestigio del político, la polarización radical entre clases sociales, porque los pobres son más pobres y la clase media se aleja de la riqueza, nos coloca en un enfrentamiento entre la cabeza y el impulso emocional de la sangre.
Argentina está siendo el primer ejemplo con la efusividad en que las nuevas generaciones apoyan a un candidato radical como Javier Milei. La gente está harta de tanta recesión, de que su dinero valga menos cada día y de que cualquiera que llega al poder roba.
Como en la fotografía del gran fotoperiodista argentino Juan Ignacio Roncoroni para EFE ¿Qué los impulsa a vitorear a un loco como Milei? La sangre que les calienta el cuerpo. El enojo, la rabia, la ausencia de poder, el resentimiento, el odio y la indiferencia que han sentido por parte de un gobierno que se enriquece mientras todos empobrecen.
La emoción “caliente” de quienes han creído discursos que hoy muy apenas recuerdan. “Primero los pobres. Antes eran más corruptos. Se acabará la corrupción. No más ricos. No más neoliberales gobernando. Este es un gobierno humanista”.
México, nuestro hermoso y duro México se ha defendido de no caer por completo en las mentiras repetitivas de quienes buscan controlar la frustración y el abandono de quienes no han tenido quizá las menores oportunidades.
La sociedad que se ha arrepentido por haber creído en el discurso de campaña se ha sumado a controlar la ira, la frustración y la decepción de quien les vendió todo y les dejó vacíos sus ideales.
¿Cuáles serán las emociones que nos lleven a la euforia como mexicanos el próximo 2024?
Necesitamos el entusiasmo por recuperar México y sus formas de salvaguardar la integridad de cada mexicana y mexicano, que no descuide los programas de salud, los verdaderos programas sociales que ayuden a salir adelante, no a aletargarlos en el conformismo.
Necesitamos quien nos contagie de asombro por ayudarnos el uno al otro, que nos quite la idea que somos bandos opuestos, que unos son más y otros mucho menos.
Ojalá no olvidemos y se nos caliente la sangre al recordar la poca valía que le dio este gobierno a los enfermos por cáncer, a las mujeres violentadas, a los muertos por la caída el Metro, el derrumbe de la mina en Coahuila, los múltiples accidentes en el metro de la ciudad, el rechazo a las madres buscadoras, los chistes ante la masacre de jóvenes por parte del crimen organizado, la defensa de criminales y la más reciente, el olvido y la falta de humanidad ante los guerrerenses y el huracán Otis.
Nos urge que nos transformen el cúmulo de emociones en euforia para lograr que la mayoría de los mexicanos salga a votar el 2024 por quien no nos genere odio sino unión.
Porque como bien dice el maestro Antoní Gutiérrez-Rubí “Los estados de ánimo son hoy los auténticos estados de opinión.”