Acapulco volverá

Por Laura Garza

Los edificios que se mantienen como testigos del ir y venir de la gente, de sus gritos de desesperación, de dolor, de muerte y de no saber qué hacer en medio del caos humano y físico. 

Los troncos de árboles en el piso, el lodazal que no los deja avanzar tan rápido como quisieran, el sol que quema y el poco aire que los asfixia. 

Los edificios miran destartalados, sin ventanas, sin partes de sus fachadas, con balcones a la mitad, con vacíos entre una habitación y otra.

Todos ellos sobrevivieron, sus cimientos fueron más fuertes que Otis pero sus paredes y sus ventanas se rompieron, se reventaron y muchas desaparecieron.

Pero allí están atestiguando cómo llega y cómo no llega la ayuda. Cómo se han ausentado de la vista de cualquiera que pasa por allí.

Ya nadie los mira como los primeros días, ya no son de tanta importancia porque los que van a pie ni siquiera vivían allí y si trabajaban, lo han olvidado por completo porque su registro diario solo les recuerda que deben sobrevivir.

Ya no hay pasado, no están los caminos por los que pasaban, quizá algunos de sus compañeros de trabajo o amigos tampoco han aparecido desde hace una semana.  No queda nada para atrás, ni su casa, ni su ropa, ni su sillón, ni su mesa, ni nada por lo que trabajó para comprarlo.

Mucha gente se quedó sin casa, sin su techo de lámina que bien y mal les cubría de la lluvia, pero Otis se lo llevó.  

El vacío en medio del caos, el silencio entre los cuartos vacíos, las casas destartaladas, los escombros y la mirada de los más grandes que no pueden hacer más, solo esperar a que los más jóvenes le acerquen agua, comida y una buena noticia.

Los edificios con sus miles de millones de recuerdos, las escenas de tantas familias, parejas y amigos que volaron con los vientos de más de 265 kilómetros por hora. Se esfumaron los abrazos, las fiestas, las comidas, los abrazos en la terraza, los atardeceres desde el balcón, los nietos corriendo de un lado a otro, la cocina llena de gente, las sonrisas de los niños al bajarse del coche para ir corriendo al mar.

Los edificios como testigos que allí hubo historias llenas de vida, pero que hoy solo corre el silencio entre muebles desechos o incompletos. 

Acapulco volverá a tener vida, y este edificio recuperará las ventanas y su armazón, pero las historias no serán las mismas, tendrán una ruptura de antes y después de Otis. Mientras tanto solo esperan a que la gente allá abajo encuentre soluciones y dejen de correr de un lado a otro por una botella de agua.

Sigamos ayudando, porque estoy segura que con la ayuda de todos Acapulco volverá.

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