Por Laura Garza
En mi vida llevo 16 mudanzas, desde que era pequeña hasta hace un par de años. Los cambios han sido una constante en mi vida, primero por el trabajo de mi padre y después por el mío.
Conforme fui creciendo hubo cajas que comenzaron a pesar más, mucho tiempo fue una y hasta el día de hoy son dos. Son las que viajan indiscutiblemente bien protegidas y con una cinta que marca su contenido FOTOS.
En una hay álbumes que van de la primaria hasta la carrera, en otra, en la segunda más fotos en una caja de cartón y la tercera caja que no tiene fotos en particular, pero sí muchas historias guardadas en papel.
Las cajas de fotos se abren muy esporádicamente, a veces porque la nostalgia gana, otras porque la obligada mudanza hace clavarse de nuevo en lo que hay allí dentro y otras tantas porque quieres re descubrir y volver a sentir.
Un buen amigo murió hace un par de días, era dos años más grande, estudiamos juntos la carrera de LCC en el Tec. Fuimos muy cercanos, porque aparte de todo éramos casi vecinos y eso le obligaba a él a pasar por mi y ponerles su sonrisota a mis padres para que me dejaran salir más tiempo del acordado.
Nos frecuentamos todavía siendo adultos independientes, el en Nueva York y yo en Ciudad de México. Me contaba sus proyectos, era incansable viajador y conocedor del mundo. Supo hacerla en “el otro lado” y hacerla bien.
La última vez nos vimos para cenar en Chelsea, y después nos dejamos de ver. Por suerte las redes nos mantenían al tanto de cómo seguíamos siendo y dejábamos de ser.
Se fue inesperadamente y a todos nos causó un golpe en seco. Marco se fue.
En un acto en automático mi cabeza comenzó a pasar frente a mí las aventuras con él, las carcajadas, los abrazos, las conversaciones de conquistar al mundo, su casa, el rancho de su abuelo, su mamá, su camioneta, su sonrisa, su altura, su buen humor, su cariño.
Fui a la caja, que en la última mudanza decidí protegerla aún más con otra caja de plástico.
¿Qué hay en mi caja de fotos?
Pedazos de tiempo detenidos, sonrisas de los amigos que hasta hoy son las mejores amistades que he tenido. Los días buenos y los días malos, las fiestas en casa, los amores de la edad, los juegos de futbol que alguien fotografió, la foto del que me gustaba, las pijamadas, las albercada, la noche que pusimos casas de acampar en el jardín, los congresos, las fotos con artistas, la playa y media vida.
La caja que no suena, pero que mi cabeza escucha sus voces como si fuera ayer, como si esa Laura de hoy viajara a esa Laura de antes.
En esa caja encontré unas cuantas fotos con las que se capturó lo feliz que fui siendo amiga de Marco.
Yo no sé si todos tengan una “cajita” intocable y de suma importancia para la vida, porque yo sí.
Es esta que después de ser abierta se vuelve a sellar para que nadie entre y ningún recuerdo se escape.
Qepd Marco.
Yo te sigo guardando para que vuelvas de vez en cuando a hacerme sonreír.