Por Laura Garza
La vida y la muerte tan presentes en nuestras vidas, pero nunca tan descriptivo y evidente ante nuestros ojos.
La muerte como el último acto de la vida o como efecto de alguna enfermedad o accidente, se sabe que llegará o qué pasará. Se sabe.
Pero no solemos pensar en que veremos la muerte de otras personas que no sean nuestros familiares o amigos,. Miramos lo que existe y nos limitamos a ver solo lo nuestro, lo cercano y lo conocido.
Nuestro mirar ha cambiado y se ha tenido que acostumbrar a ver el dolor, la tortura, la angustia y el calvario de quienes no conocemos pero que nos los apropiamos por el solo hecho de verlo.
Estamos ante el exceso de luz, de pantallas que nos observan y que vigilan todo alrededor, entonces sin esperarlo terminamos mirando lo que se videograba y se Fotografia.
La muerte de Montserrat mientras un tipo mezquino la sigue por una calle y al pedirle sus cosas de valor y ver que no tenia nada, decide apuñalarla una y otra vez.
Como una película de Tarantino la vemos desangrarse, los chorros de sangre se disparan de su cuello y de su cuerpo. El concreto se pinta de rojo, se escuchan los chisguetes chocar contra el piso. Ella camina gritando, y seguimos viendo.

La vemos hasta que sale del cuadro de la cámara de vigilancia que alguien decidió colocar afuera de esa casa.
Bendita cámara que evidencia el rostro del animal del asesino, pero malvada que atestigua el deshaucio de Montserrat en hilos de sangre.
Hemos visto a Íñigo, a quien no conocíamos y hoy se ha integrado a nuestra memoria como una alerta al salir de noche. Otra cámara de videovigilancia nos lo trajo a la mirada, él de pie, solo, con las manos en los bolsillos de sus pantalones.
Miramos cómo se encuentra indefenso ante cualquiera, si tomó mucho o no tanto, si lo vigilaron toda la noche desde que salió del República a comer unos tacos para llevarlo a esa salida VIP hasta matarlo en el Black Royce.

La imagen nos acerca tanto que no nos damos cuenta que estamos ya en circuito cerrado constante 24/7, a 360 grados y de cualquier desconocido.
Las cámaras en Tecámac grabaron la persecución exitosa de la policía de la zona a un hombre en bicicleta que recién había secuestrado a una niña de tres años y la había escondido en una caja en la parte trasera.

Vemos la ficción volverse realidad. Miramos y nos adentra la angustia, el temor, el dolor, la injusticia y la impotencia. Nos volvemos contestatarios porque los discursos de los políticos ya no sirven de nada si no vemos que sí cumplan, que sí hagan.
La inseguridad nos invade y la estamos viendo como una cartelera, una guía de televisión.
No hay subjetividad, hay una realidad que vemos porque hoy en día sí no vemos, no creemos.
Si no hay una foto o si no hay un video cuestionamos y exigimos. Pareciera que las próximas generaciones hablaran poco y miraran más, como lo estamos haciendo nosotros.
Ya no hablaremos de tentación o de morbo, sino de lo hipervisible y de una manera de ser EN sociedad, aunque la incógnita estará en sí aprendemos a mirar y a involucrarnos en lo que le pasa al otro, o solo miraremos y desecharemos las imágenes y consumiremos el dolor como un trago de saliva o un parpadeo.
Quepd Montserrat e Íñigo, por solo mencionar a quienes perdieron la vida esta semana.