Por Laura Garza
Nadie nos prepara para detenernos a observar la muerte. Estamos preparados solo para ver cómo pasa la vida desde un camastro en la playa, desde el asiento del auto mientras manejamos o cuando solemos detenernos para ver a nuestro alrededor.
No sabemos nada de la muerte, de su avasallador silencio, de su poder para nublar nuestra inteligencia y su inmensa capacidad para detener el tiempo.
Vemos como un acto en automático, miramos cuando decidimos enfocar la vista hacia algo o alguien y observamos cuando nos detenemos a contemplar.
A la muerte ¿la vemos, miramos u observamos?
Hoy en Ucrania la guerra sigue y los inocentes continúan muriendo por los ataques con misiles por parte de Rusia. Era de madrugada cuando la sirena antiaérea sonó en todo Kiev, y minutos después las explosiones retumbaron en los oídos y en las paredes de edificios de departamentos, escuelas y un hospital infantil.
Foto Instagram Reuters / Valentyn Ogirenko
En la primer foto aparece un abuelo llorando a su nieta que murió al ser alcanzada por los escombros que produjo el impacto de un misil a las afueras del refugio antibombas.
En la segunda fotografía, una madre llora desconsoladamente frente al cuerpo tendido de su hija, quien murió de la misma manera que la nieta del señor: huyendo para protegerse.
Foto Instagram Roman Pilipey
A la muerte nadie nos enseña a mirarla, no tenemos el valor de verla de frente porque ella quita. Nos arrebata de nuestras vidas a quien queremos, a quien hemos tenido cerca, a quien pudimos conocer su olor, su voz, sus risas y sus tristezas.
La muerte como un remolino que va a toda velocidad pasando por nuestro cuerpo entero paralizándolo por completo. La muerte que se asoma por esa manta isotérmica plateada para obligar al abuelo a no mirarla.
La guerra siempre lleva consigo a la muerte, la más inaudita, la que ensordece, la que atemoriza y acaba con todo.
El abuelo derribado sobre una silla, porque perdió la batalla contra el odio de dos hombres que son ajenos a él y que ni siquiera conocían a su nieta.
La madre, es sostenida para no caer de rodillas frente al cuerpo de su hija debajo del plástico negro. La muerte que se le cuela a sus entrañas porque ya no ve a su hija, porque era de ella, era suya y el golpe en seco de un misil, no la dejó llegar al refugio.
Nadie sabe cómo mirar a la muerte, mucho menos un abuelo o una madre. Bien dicen la frase que un padre nunca se imagina enterrar a un hijo, porque así no es la cadena de la vida, pero pasa y en Ucrania ha pasado mucho.
Entre tantas imágenes de guerra, el año pasado fuimos testigos de una escena tan dolorosa como inolvidable, donde un padre en cuclillas sobre la acera de la calle le toma la mano a su hijo que murió al ser alcanzado por otro misil.
Con nada podrán enseñarnos a mirar a la muerte, ni como fotógrafos, ni como hijos, padres, abuelos, amigos o desconocidos. No sabremos porque el dolor nos nubla y ella tan poderosa, nos petrifica.
Foto 1: Valentyn Ogirenko / Instagram: valentynogirenko
Foto Instagram: Reuters
Foto 2: Instagram: Roman Pilipey
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