Por Laura Garza
Una frase tan trillada y tan usada en distintas áreas de la vida, pero hoy en día con esta saturación política y tiempos electorales en donde no hay manera de NO ver cómo las fotografías de los distintos candidatos a cualquier puesto son objeto de entretenimiento, juego, experimento o abuso por parte de los retocadores.
En la fotografía el tema del retoque estético se remonta desde el primer retrato realizado, la insaciable necesidad de poder mejorar el aspecto estético es y será una constante en la imagen personal y ni se diga en las figuras públicas.
Sin embargo, en materia de imagen y fotografía periodística hay reglas, aunque las nuevas generaciones las cuestionen y digan que no, sí las hay.
Los concursos internacionales de fotografía en sus diferentes giros suelen repetir una y otra vez las reglas del juego para que no se abuse de las múltiples herramientas que el mundo digital nos ofrece a fotógrafos, editores, retocadores y diseñadores.
En el fotoperiodismo el retoque está prohibido, puesto que lo que hay que fotografiar es para informar y por lo tanto debe de ser lo más apegado a la realidad, y por qué digo “lo más apegado” porque siempre estará la visión del fotógrafo que pueda modificar un poco el contexto, mas no los personajes y lo que hacían.
En la fotografía editorial, el retoque es el pan de cada día, no puede publicarse ninguna foto sin ser revisada por el editor y si es necesaria quitar, poner, arreglar, y hasta cambiar un poco la imagen del personaje, se hace.
El mundo editorial no deja de buscar la necesidad aspiracional de la gente, mostrar un “alguien” haciendo “algo” que los hace mejores y que eventualmente el lector también podrá “ser” como él, haciendo “eso” para destacar y aparecer en las mismas páginas.
Pero en la política deberían de existir reglas más claras, porque conforme pasan sexenios, las nuevas generaciones vienen más educadas y con cierta sensibilidad para el tema visual.
Disfruto hacer fotografía política porque es conocer a un candidato o candidata que ya tiene una narrativa en su discurso, pero que su personalidad puede o no ir de la mano con ella, y allí es en donde entro para enlazar lo que queremos transmitir con lo que somos. Sin mentiras, sin exageraciones, sin retoques excesivos, sin falsedades.
Si hay un retrato que no soporto es el de mirando al horizonte, siempre cuestionaré en que sea la imagen principal de las campañas. ¿Por qué ve al horizonte? ¿Por qué ve a lo que no hay? ¿Por qué ve solo a lo que él aspira cumplir?.
El político debe saberse observado y por lo tanto debe saber mirar a los ojos a la gente, sin tapujos, sin risas fingidas, sin un circo alrededor.
Los políticos no son perfectos, ni mucho menos su trabajo lo será, por lo que no podemos aspirar como fotógrafos o coordinadores de comunicación en las campañas a maquillar lo que no es.
Lo que últimamente hace el equipo de Claudia Sheinbaum es tan irresponsable como ridiculizar a su jefa. Mostrarla con una serie de filtros en videos y en fotografías, la coloca en el mismo discurso de mentiras que tanto se le cuestiona.
La imagen comunica, no me cansaré de decirlo. La concordancia entre lo que se dice y se hace, entre lo que se muestra ante las cámaras y lo que te graba la gente desconocida cuando se apagó la transmisión.
Bien dicen que te preocupes más por tu imagen cuando se terminó el evento y los reflectores, que cuando lo es.
La perfección en el rostro de una candidata a la que hemos visto de manera excesiva y la conocemos tan bien, es equivalente a un discurso que también es mentira.
Ojalá los “expertos” no gustaran de burlarse de la gente, o creer que unos filtros en tendencia, los incluirán en la decisión de los jóvenes.
Si en campaña se venden como perfectos e impolutos, se los prometo que en el día a día todo será al revés, así como estos seis años que hemos vivido: de la austeridad a un palacio, del jetta a la suburban, de hijos sin trabajo a hijos millonarios y sí, todo eso va de la mano de lo que se vende en un inicio sin llegar al poder.
Cuidado con creer todo lo que ve.