Sumergida. 2020
Lo que empezó como una cuarentena de un nuevo virus, con incertidumbre y con certeza de que solo serían 40 días y nada más.
Pero se pasaron los días sumergiéndome en las propias emociones conocidas e incluso descubiertas entre el silencio, la rutina y la monotonía.
Como si fuera una especie de reallity, un día bien, otro día mejor, otro día con el ánimo de pintarse los labios, otro con ganas de no escuchar a nadie, de beber, de dormir, de gritar el hartazgo en que se han convertido las video llamadas.
Juntas interminables, que amerita ponerse los lentes, y sonreír como si la fatiga mental fuera solo de quien no sabe cómo manejar no salir de casa.
La comida diaria, el respirar, el dejar de respirar y el re encontrarse con la fe para tranquilizar el miedo a que sigan sumándose días a una cuarentena triplicada.
El miedo a que se nos acabe el aire o que venga el virus y no lo robe, en un espacio pequeñito del que no podemos salir, hasta que alguien diga de verdad, que esto ha llegado a su fin.